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El Jilguero del Huascarán, vigencia de su canto y esperanza

Ernesto Sánchez Fajardo nació un  7 de noviembre...

Publicado: 2015-11-06

¿Cómo empezar a hablar de Ernesto Sánchez Fajardo en las actuales épocas que nos toca vivir? 

¿cómo intentar dar un énfasis sobre su larga y variada forma de asumir la vida y ponerla en relieve en estos tiempos? 

¿cómo expresar un "algo" de todo el universo personal de su trabajo sin caer en la omisión de hechos importantes que moldean su integridad como artista, como ser social?

Son muchas las preguntas que nos asaltan cuando se trata de reflexionar sobre la vida de un artista trascendente como  Ernesto Sánchez Fajardo. Pero, precisamente, estas nos permiten pensar en algunos aspectos que desde muy jóvenes alimentaron nuestra reflexión sobre su vida dentro del camino de la música, que ahora deseamos compartir:

Lo primero que recuerdo sobre El Jilguero del Huascarán se remonta a un hecho anecdótico de mi niñez: mi hermano mayor (a quien le gustaban las baladas en español y las cumbias  de moda de  la década del 70 del siglo pasado) solía entrar a la casa cantando una canción llena de coplas pícaras en su letra y de ritmo alegre que se hizo muy conocida en aquellos tiempos; era el huayno: “Carrito del Gobierno”.

Tiempo después, pensé: ¿cómo era posible que una persona como mi hermano, quien nunca escuchaba ni cantaba huaynos -y que valgan verdades, se encontraba muy lejos de cultivarlo- se vio tentado a aprender la letra y melodía de una canción como la mencionada?; pensé,  alguna poderosa razón debía existir.

Mi sorpresa fue grande cuando buscando entre los discos que teníamos en casa y que se solían reproducir en aquellos tocadiscos en forma de "maletín pequeño" en las reuniones familiares, logré identificar aquel huayno que mi hermano repetía. Al escucharlo, las ganas se multiplicaron y busqué más grabaciones suyas de aquella pequeña colección familiar que existía, para prestar atención a quien en ese momento se me presentaba con nombre propio: Ernesto Sánchez Fajardo, “El Jilguero del Huascarán”. Esas horas de audición constante fueron el primer momento de intimidad e inicial conocimiento de su trabajo musical.

Sin saber aún por aquellos días que el camino de la música me abrazaría para siempre, debo decir con total sinceridad  que años después reconocí aquel momento como una revelación; que aquella primera experiencia auditiva fue una mezcla sentimientos y el descubrir de un conjunto de bondades que ahora reconozco alimentaron mi aprecio y gusto por este artista y por ende, por nuestra música tradicional peruana, la que por esos años comenzaba a abrirse ante mis ojos y oídos con cierta intensidad.

Trabajo y personalidad artística

Su timbre de voz distinguido y con un brillo particular, viril e inconfundible entre otras, la recreación auditiva que me generaba la conformación de los diferentes instrumentos con los que solía realizar sus grabaciones, los colores que pintaban en la imaginación el sonido de las voces femeninas, y en otros casos, mixtas, de los coros que acompañaban sus chuscadas y huaynos de esencia tradicional, se fueron convirtiendo para mi en una nutrida información sonora que de manera distinguida iba alimentando nuestro gusto musical. Poco tiempo después, quedamos aún más cautivados por los cambios en los formatos propuestos por El Jilguero para acompañar sus canciones, a saber, pasando desde de su modo interpretativo personal, guitarra en mano, la misma que llevaba la línea melódica de sus canciones con la consiguiente afinación o variados temples tradicionales que le impriman un carácter poderoso y de personalidad artística regional inconfundible, para luego pasar a escuchar su propuesta en otras conformaciones de orquestación tipo estudiantina -violines, guitarras, mandolinas, quenas, acordeón, Etc.-  que eran acompañadas a su ves por las inconfundibles palmas que repiqueteaban incansables en las alegres fugas.

Luego y con mayor sorpresa aún, resultó conmovedor identificar en sus grabaciones, su canto  de registro de tenor muy afinado acompañado por las tradicionales “roncadoras” (pincuyo y caja) …y ese Te-tumbo /  te-tumbo… de su hondo percutir que llegaba a estremecer desde el estómago hasta el pecho. 

Y como si todo eso no bastara, redondeaban su variada producción, el atrevimiento y la virtud de llevar imaginariamente la algarabía y colorido de las plazas pueblerinas, de las fiestas costumbristas celebradas en las callecitas inclinadas de nuestra serranía, al surco de un disco, cuando se hacía acompañar por las "bandas de metales" a ritmo de trompetas, bajos, redoblantes y bombos. Toda aquella riqueza de su propuesta musical, nos hablaba de un artista lleno de ingenio y atrevimiento para trabajar nuestra música nacional.

Identificar toda esta  variedad de expresiones en el trabajo de Ernesto Sánchez Fajardo fue el alimento fundamental que nos invitó a reflexionar desde hace muchos años sobre su trascendental obra.

Puedo decir hoy en día con total seguridad, que su canto y la forma de asumir su trabajo artístico, con ese variado colorido musical que derrocha esfuerzo e imaginación, se constituyeron en bondades que en lo personal fueron difíciles de ignorar, y hay que decirlo, incluso para muchos otros seres distantes, (como mi hermano) que estaban lejos de acercarse a un huayno de esencia tradicional.

¿Por qué me permito expresar estas reflexiones? pues porque desde mi percepción, llego a la conclusión que ningún otro artista de origen andino como el Jilguero del Huascarán ha realizado su trabajo con tanta variedad de expresiones y apelando a  diferentes formatos de acompañamiento musical como los realizados en sus centenares de grabaciones, las  que hasta hoy, nos brindan una recreación auditiva que identifico como una permanente invitación (aun desde un estado inconsciente) a multiplicar y enriquecer nuestra capacidad perceptiva, y con ellos, nuestra sensibilidad; en sus propuestas, como la podemos hallar  en otros  lugares de los pueblos del interior, encontramos el abono distinguido para alimentar nuestra imaginación e identificar a plenitud lo que alguna vez escuché decir a un grupo de amigos pintores: “los colores de la música”, aquellos que pueden caracterizar el repertorio de una región determinada.

Todas estas bondades que ahora pretendo describir, siento que sólo pudieron ser abordadas por un ser de espíritu inquieto, con especial dedicación y celo por su trabajo, y en virtud a su legado musical, por una persona poseedora de una gran amplitud que supo plasmar en sus concepciones estéticas  dedicadas a su tierra, al Perú. Identifico en El Jilguero del Huascarán un carácter innovador con un irrenunciable amor por su pueblo, por sus paisanos, seres que fueron siempre el motor permanente de su inspiración.

Algo que debo resaltar, es que más allá de su labor como músico, cantante y compositor, identificamos nítidamente  en El Jilguero, al ser social, al que supo entender que la condición de asumirse como Artista (con mayúscula) no tenía por qué estar desligada (y tal vez no tiene porque estarlo nunca) de su condición de hombre, de ciudadano, de persona que vive y habita en una sociedad determinada, pero sin pasar por alto no desatender los fenómenos económicos y políticos, los conflictos sociales, urgencias, necesidades, exclusiones, marginaciones, sentimientos de indignación, afectaciones a la dignidad humana, así como justas denuncias qué revelar, hechos que El Jilguero del Huascarán los hizo suyos sin renunciar (es lo que siento) a la esperanza por mejores tiempos; de él recordamos siempre aquella frase que se eleva como una especie de himno de fe con la que finaliza una de sus canciones de compromiso: Arriba, Arriba, patria querida y los peruanos de corazón, no permitamos la mala vida, la mala vida de la nación, canción que junto a tantas otras, nos hablan de un cantor indeclinablemente comprometido con su tiempo.

Es en estos rasgos del hombre, de aquel que poco a poco supo ganarse la admiración y aprecio de cientos de miles de personas llevando el canto de su pueblo como arma de trabajo, que ahora deseo reflexionar.

El entorno social

Hablar de la vigencia del Jilguero del Huascarán en estos tiempos es hablar, tal vez sin habérnoslo propuesto, de una invitación a la reflexión constante sobre el devenir histórico de nuestro quehacer musical, una invitación a reformular los conceptos del llamado “sentido común”, a repensar nuestra experiencia social reciente para decirnos a nosotros mismos: 

¿Cuánta falta nos hacen hoy en día contar con cantantes y compositores que no sólo convoquen a miles de personas o que llenen plazas y locales semana a semana, sino, y por sobretodo, -contar- con personas, Seres Humanos, que puedan abrazar junto a su trabajo musical la necesidad de mirar a la patria, a sus habitantes de vida sencilla, alimentarse de sus vivencias, para de esta forma sentir con elevada emoción el compromiso de cantarle a sus paisanos?

¿Cuánta falta nos hacen aquellos que asuman en su canto las necesidades y urgencias de sus compatriotas: sus alegrías, sus inocencias cotidianas, la picardía traviesa de su idiosincrasia y proponer  a voz en cuello las denuncias que surgen de una sociedad agrietada por gruesas diferencias sociales?

¿cuánta falta nos hacen hoy en día artistas que le canten a sus hermanos sin traicionar sus ritmos, sus cadencias y los estilos que habitan en la memoria colectiva que caracteriza a cada uno de nuestros pueblos?

¿cuánta falta nos hacen artistas que no sólo se conformen con reunir a miles de ensordecidos bailarines, sino que se comuniquen adecuadamente con ellos y lleven en su canto la reflexión necesaria de los problemas que puedan aquejar a sus pueblos?

En los últimos tiempos, hemos asistido a procesos de uniformización y producción en serie de expresiones sonoras  que amalgamadas con el negocio de la venta masiva de cerveza –hay que decirlo- vienen dando desde hace años como resultado la producción de "formas musicales" en serie, las que son  acompañadas de letras en su mayoría “autodesangrantes” y con sobreestimaciones al consumo de licor, en suma: propuestas que estimo se muestran  insustancialmente colectivas en casi la totalidad de los casos, de rítmica y arreglos "pobres" que no exhiben o permiten distinguir características y estilos regionales (la cantante de Cajamarca, la de Huánuco, la de Cuzco, etc. todas ellas quieren tocar y cantar igual, bajo los mismos patrones rítmicos y formatos y vestimentas porque es lo que asegura el éxito comercial que lamentablemente va encadenado al mediatismo existente) expresiones que se han limitado a exaltar y justificar su éxito en las grandes cifras monetarias que arrojan semana a semana sus presentaciones. Este fenómeno, sin duda, se ha constituido en un éxito comercial impresionante de elevada rentabilidad sin precedentes en la historia nuestra. Pero por otro lado, contamos también en escena con la presencia de jóvenes músicos de origen serrano o andino –en muchos casos poseedores de un gran talento y virtuosismo- quienes como sello común, incorporan a sus presentaciones posturas y ademanes interpretativos claramente foráneos, como deslizando la idea que mientras menos te parezcas a los tuyos, estarás en el camino del éxito, es decir: la despersonalización como arma para el “reconocimiento”, aunque esto no siempre sea cierto.

Es claro que en estos últimos, se identifica una época que oficialmente  exalta y elogia como virtud el “éxito individual”. El concepto de “persona exitosa” y el llamado "número 1”, se constituyen hoy día en los derroteros y nuevos paradigmas. Lamentablemente, en ese camino hemos visto también cómo muchos  puede recurrir a todas las armas posibles y hasta la conducta desaforada, para alcanzar la tan ansiada denominación de “número 1".

En una mirada de orden mundial, el fenómeno de la globalización con sus connotaciones económicas, se convierte en el sustento teórico que da vida y alimenta esta realidad. No obstante las bondades que de estas épocas –de la llamada globalización- podemos rescatar -como la multiplicación y velocidad de las comunicaciones y la masificación del acceso a la información en todos los ámbitos del conocimiento- a contraposición, esta también ha traído consigo el resquebrajamiento del respeto a las particularidades, a los rasgos distintivos, a la diversidad de expresiones, al respeto y consideración que nos debe merecer el derecho a la cultura propia. Pareciera que los criterios de producción en serie y los estándares establecidos en los procesos de producción industrial, pretenden ser trasladados mecánicamente para interpretar la variada y compleja realidad social, vendiendo la idea de “poner precio” a todo cuanto existe y hacer vendible todo cuanto se encuentra a nuestro alrededor, agrediendo en este camino, por ejemplo, a las reservas y recursos naturales vitales para la subsistencia del hombre, pues finalmente todo se mide en función a la maximización de las utilidades y al éxito comercial de un proyecto.

En ese camino, sin duda alguna se afecta la realidad de países que como el nuestro se constituyen en fuente de una rica herencia cultural, tan diversa, como tan ignorada en la mayoría de los casos. El respeto a la diversidad, el derecho a una cultura propia, a educarse, formarse, disfrutar y acceder al goce estético de nuestras expresiones y fomento de estas, por lo menos, no sintoniza con estos modelos económicos que pretenden imponer sus postulados desde ciertas metrópolis casi como una verdad absoluta. En ese sentido, son muchos los ejemplos de agresión e intolerancia que existen en el mundo, desde el prepotente accionar de la gran minería contra la vida y el entorno natural, hasta el bombardeo de ciudades enteras por parte de súper potencias, por el “pecado” de sus poblaciones de asumir conceptos de vida diferentes al del mundo occidental; y sin ir muy lejos, hasta el creer y hacer apología de que existen ciudadanos de “segunda categoría” o “perros del hortelano” en el interior de nuestra patria, porque sus pobladores cometen el pecado de oponerse a que sus ríos (que son sus carreteras), su entorno, sus tierras de cultivo, sus espacios de vida, sean agredidos y privatizados con el tóxico humo de la modernidad que no consulta, que no considera al otro, que soberbia y prepotente, pretende enseñarnos a la fuerza lo que es el “desarrollo”.

Vigencia del canto de El Jilguero del Huascarán

Entonces, acude nuevamente la pregunta y con ella la reflexión que mencionamos al inicio de este artículo:

¿Cuál es la vigencia cultural de El Jilguero del Huascarán en estos tiempos que transitamos?. 

Creo con sinceridad que dicha vigencia se expresa en la necesidad que hoy en día tenemos de contar con espíritus inquietos que en su quehacer cargado de ingenio, nos recuerden como El Jilguero del Huascarán que hay que mirar respetuosamente a nuestros pueblos, que nos recuerden la necesidad de cantar con nuestra propia voz, de comprender la risa y llanto propios, que nos ayuden a revertir un dolor, una adversidad, o simplemente, reflexionar sentidamente por la herida que nos causó el amor que un día partió; pero también, que nos recuerden la necesidad de entender la rica variedad y colorido de nuestras expresiones musicales y rescatarlas del sometimiento al criterio exclusivo y uniformizante del negocio interesado.

Siento que en estos tiempos en los que actuamos sin mirar al otro, nos hace falta alguien que masivamente nos recuerde aquella “rosa roja que nos colgábamos en el pecho el día de la madres”, tradición bella que quién sabe por qué motivos dejamos en el olvido; alguien que nos devuelva la necesidad de saber que hay que cantarle a la patria, a los pueblos con nombre propio, a los precursores de nuestra peruanidad, a los héroes dignos de recordación. Creo que es necesario que en estos tiempos debamos tener trabajadores del arte que miren de frente a la patria, que no se cieguen por ser los “número 1”, que su canto no renuncie al mensaje que nos haga conscientes de lo que vivimos, que nos enseñen que el cambio no significa deshacernos de todo lo anterior, sino asimilación, para aprender de él y avanzar con respeto por lo que fuimos y seremos. Nos hacen falta almas de artistas populares innovadores, inquietos, lúdicos si se quiere, que a su vez muestren respeto sincero y amor por nuestras expresiones. Cantores, cantoras, que nunca dejen de sentir la necesidad de seguir estudiando, de ser mejores para retornar nuevamente su trabajo  al pueblo de donde se vino y se aprendió desde niño, o sea, hacer tangible lo que nuestro cholo César Vallejo nos dijera, que “todo acto o voz genial viene el pueblo y va hacia él”; espíritus que convoquen, que hablen con igual cariño y respeto de otros pueblos como el propio donde se nace; que sientan la necesidad de tomar militancia política o gremial para luchar por lo que se observó y aprendió cantando de pueblo en pueblo.

Hoy más que nunca necesitamos a quienes sientan el dolor del que sufre como si fuese propio, a quienes entregan su trabajo como arma de combate para no perder la esperanza por un mundo más justo y solidario, como considero lo hizo a lo largo de su vida  Ernesto Sánchez Fajardo, “El Jilguero del Huascarán”.

“Ernesto Sánchez Fajardo, desde que tu infantil espíritu inquieto te ordenó desde lo más hondo salir a caminar por el mundo, de pueblo en pueblo, aún a costa de alejarte de Papá Emilio, una constante de enseñanzas te prodigó la vida: te hiciste obrero de campo y viviste en carne propia la explotación del caucho. Tiempo después, te ganaste la vida como ayudante en el mercado de frutas y también cantando y vendiendo luego los cancioneros que te permitían salvar el alimento del día. Al poco tiempo, pasaste a trabajar como lazarillo de ciegos, y después, formando parte de las grandes compañías de música como danzante, músico y cantor, abriendo tu senda de artista. En ese camino, no dejaste de lado la necesidad de aprender siempre más y te hiciste multiinstrumentista, sentiste que debías estudiar nuevas técnicas de canto, teoría musical, y lo hiciste, aun así, no abandonaste nunca ese perfil que permitía identificarte como cantor popular, título que con orgullo llevabas como bandera.

El Jilguero del Huascarán - Primer graffiti realizado a un cantautor andino. obra de Javier Quijano.
en el C.C. El Averno, centro de Lima. 

Tus virtudes fueron las armas de tu alma que hicieron de ti un cantor querido, admirado, y hay que decirlo, consagrado como pocos a pulso de trabajo sin pausas. Pero en ese camino, con seguridad también estuvieron presentes los golpes de la vida, los desaciertos y errores, todos ellos, sumando a lo que fue tu integralidad como persona, porque finalmente y después de todo: somos seres humanos, y nada humano, nos es ajeno".

En estos tiempos, siento que la voz de “El Jilguero del Huascarán” cobra vigencia por todo cuanto ahora hemos tratado de reflexionar, que laten con fuerza sus esperanzas y espíritu inquieto en cada hombre de buena voluntad, en cada grito de indignación, en cada paisano que no traiciona y se siente orgulloso de su tierra, en cada artista que viste con orgullo los colores de su tradición.

Siento que en estos tiempos sigue vigente su ejemplo de artista popular que admiraba y respetaba la multiculturalidad del Perú, esa que hoy mismo se pretende agredir. Siguen vigentes sus versos de amor por aquellos seres que nunca olvidó. En ese andar, fue condecorado y los mayores éxitos y reconocimientos también golpearon su puerta – fue el primer artista de origen andino en recibir el “Disco de Oro” por récord de ventas- luego fue elegido congresista  constituyente  de la república, tribuna desde donde propuso leyes inéditas para dignificar la labor de los artistas y en favor de nuestras culturas originarias, y en medio de todo esto, siguió siendo reconocido por su labor y celo dentro de la difusión de nuestra música tradicional.

Recordado Jilguero del Huascarán, al conmemorarse un aniversario más de tu nacimiento, siento que estás presente cabalgando por el viento en ese poncho y sombrero que nos evoca la lucha justiciera de Luis Pardo. Siento que sigues vivo en aquel silbido melódico, travieso y atrevido que identificamos  quienes te seguimos escuchando con cariño, respeto y admiración, como con seguridad te recuerdan con profundo amor “la bollito”, “la coquito” y “Marujita”, aquella rosita en botón de la primavera que acompañó tus días, o el grupo “cambalache” en pleno, quienes junto a tu pueblo, alimentaron tu sentir de hombre, de artista.

Erenesto  sánchez fajardo, su esposa maruja fuentes y sus hijas esther y july sánchez fuentes

Sin duda, el canto y la obra musical de "El Jilguero del Huascarán" sigue vigente, lo hemos visto y escuchado en los músicos y cultores honestos de nuestra capital y del interior de nuestra patria que no renuncian a ver a nuestro suelo limpio y esperanzado en mejores tiempos. En los que estudian con responsabilidad y seriedad nuestras culturas, en los que llaman a las cosas por su nombre, sin eufemismos, ni generalidades que confunden. Ernesto Sánchez Fajardo, hoy aún se escuchan tus canciones en los sindicatos, en las universidades, en las fiestas pueblerinas, en las universidades, también en los bares y centros culturales, en las celebraciones familiares y hasta las bandas de rock también musicalizan tus canciones haciendo suyo tu trabajo;  y como expresión de elevada belleza, estás presente en los libros de canciones para niños quienes desde las escuelas te cantarán y seguirán rindiendo homenajes, adoptándote quizás como un padre o un abuelo cultural. En todos ellos, tu legado junto al de otros que le cantaron con honestidad y pasión a nuestra patria, está vivo, latiendo en el corazón de nuestros pueblos.

(*) Ponencia realizada en el conversatorio: "Vigencia Cultural de un Cantor Popular: El Jilguero del Huascarán", realizada en la Biblioteca Nacional del Perú. Lima/2010, gracias a la invitación que nos hiciera la señora July Sánchez Fuentes, gestora cultural, preservadora de su obra e hija de El Jilguero de Huascarán.

(**)Fotos pertenecientes al archivo fotográfico de la Sucesión Sánchez Fuentes.


Escrito por

Jinresocialarte

Hijo de padres, abuelos y bisabuelos Cajamarquinos, bella tierra norteña que llevo en la mente y el corazón, junto a la patria toda.


Publicado en

Jinre

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