Este 16 de noviembre se van a cumplir 483 años del inicio de uno de los mayores genocidios de la historia del Perú ocurrido en Cajamarca. Sus ingentes riquezas de oro y plata de esta tierra, fueron al final una especie de maldición. La ambición del invasor español ocasionó el exterminio de una parte importante de su población y con ello, de sus idiomas, de sus distintivos culturales ancestrales. Postulamos la sentencia: 'donde hubo más riqueza, hubo más exterminio humano'. La enorme concentración de sus recursos generaron y generan hasta hoy que se arrase con su territorio y con sus vidas. De alguna forma, sin habérselo propuesto, Cajamarca puso su 'coraza de oro y plata' y el pecho de sus habitantes originarios, evitando por reflejo, que otros lugares sucumbieran, desaparecieran; en gran medida, esa fue una parte del rol histórico que también le tocó jugar.

Cajamarca es una de las primeras y grandes heridas en la historia de nuestro país y de latinoamérica, pero cierto es también que poco se hace mención a ese dolor, a ese luto histórico cuando de repasar la historia del Perú se trata. La mirada atenta hacia el norte (y la selva) sigue siendo hasta hoy el punto débil, una deuda, en gran parte de la intelectualidad y del trabajo cultural de investigación en nuestro país.

Con el paso del tiempo, la vida de Cajamarca, de la serranía norteña en general, cultivada al amparo de la cordillera de los andes que nacen desde el nudo de Pasco y parten hacia el norte, se ha reconstruído asímisma y se expresa en la conformación de un rico y poderoso mestizaje que ha resistido por siglos y persiste en su derecho a afirmar su cultura propia (la vida) junto a la patria toda.