#ElPerúQueQueremos

A un año de tu partida, maestra.

¡Gracias, Chalena!

Publicado: 2017-12-11


Conocimos a Chalena a través de sus composiciones. “No se va poder”, ese hermoso triste con remate de tondero fue lo primero que llegó a nuestros oídos; luego, “Cerquita del corazón”, su huayno que fue un compromiso personal con la vida, la verdad histórica y su eterno homenaje a los músicos víctimas de la violencia armada y política en nuestro país y en el mundo.

Enterados de algunas de sus conferencias y exposiciones, acudíamos a escucharla cada vez que podíamos. Era un lujo recibir tanta información debidamente analizada y comentada por ella misma en torno a nuestras músicas de tradición. Sólo en una ocasión me acerqué a saludarla personalmente con mi amigo, el artista plástico, Orlando Ocampo y ella nos atendió con su amplia sonrisa de flor y una amabilidad reconfortante; Chalena siempre fue una mujer que sabiendo tanto, la sentías muy cercana.

Con Los Cholos, por aquel entonces, habíamos incluido su huayno “Cerquita del corazón” como parte de nuestro repertorio, tema que cantábamos por donde íbamos. Chalena nos contó tiempo después que varias personas le habían dicho: “Hay un grupo, ‘Los Cholos’, que canta tu huayno”, información que a ella le llamó la atención y que por eso deseaba saber quiénes eran aquellos músicos. Con Los Cholos tocábamos por donde la vida nos llevara, hacíamos conciertos pero también, como hasta hoy, tocábamos invitados en hospitales, sindicatos, Asentamientos Humanos, comedores populares, fiestas patronales, cárceles, etc.

Con motivo del "Día de la madre", nos llegó una invitación de las internas del Penal de Máxima Seguridad de Mujeres “Santa Mónica”, de Chorrillos, quienes en esa época tenían un régimen penitenciario cruelmente riguroso. No dudamos en aceptar de inmediato la invitación y luego de estar con nuestras madres en casa, en la tarde fuimos a tocar para las compañeras “presiosas” (que era como las llamaba el maestro Manuel Acosta Ojeda). Aquel "Día de la madre" departimos con muchas de las internas en el patio del penal, lugar donde también exponían sus trabajos manuales y algunas danzas que habían montado para la ocasión. Recuerdo que una de ellas nos sorprendió diciendo que nos conocían porque algunas personas nos grababan en “cassetes” cuando tocábamos en vivo y que ellas tenían esas grabaciones en sus celdas y las escuchaban; fue conmovedor el enterarnos.

En uno de esos momentos, recuerdo vimos a Chalena Vásquez alistándose para cantar sola y a capela un canto campesino recopilado por el amauta José María Arguedas; lo recuerdo bien, fue “la trilla”. La escuchamos y vimos a lo lejos, y créanme, fue emocionante percibirla tan entregada.

Con Los Cholos tocamos en varios espacios para amenizar la estadía de aquella tarde. Las internas nos contaron que las autoridades del penal habían prohibido a última hora que se armara un escenario con equipo de sonido y es por eso que tocábamos en uno y otro lugar para grupos pequeños que se ponían a bailar frente nuestro.

Haciendo a un lado nuestros instrumentos mientras paseábamos observando los “cuadros” hechos por las internas, un grupo de ellas que decían conocernos nos pidieron que les cantáramos “Cerquita del corazón”, solicitud a la que de inmediato accedimos. Trajimos nuestros instrumentos y nos paramos debajo de un toldo y frente nuestro nos rodearon las internas para escuchar y cantar con nosotros. Antes de tocar, una de ellas fue a buscar a la maestra Chalena diciéndole: “Venga maestra, aquí Los Cholos van a cantar su huayno” – Eso nos lo contó Chalena después -. Y así sucedió. Mientras nos encontrábamos tocando, de pronto, vimos a Chalena Vásquez frente nuestro, ahí, a penas a un metro y medio de nosotros. La verdad, no sabíamos qué hacer, en plena ejecución nos miramos entre nosotros y nos decíamos con la vista cargada de preocupación “ahí está, es ella…”; nos pusimos nerviosos; qué difícil nos resultó cantar por primera vez ese huayno delante de su autora a quien ya respetábamos en la distancia.

Nosotros continuamos tocando, pero de pronto, cuando levantamos la vista, Chalena ya no estaba, se había ido sin que termine la canción. La verdad, nos preocupamos y hasta pensamos que tal vez algo no le gustó; esa interrogante nos acompañó toda la tarde.

Avanzada las horas, el "día de la madre" en el penal de máxima seguridad para mujeres llegó a su fin y todos los visitantes comenzamos a salir, pero justo cuando cruzábamos el umbral del amplio portón que da a la calle, una mano nos detiene y dice: “Ey compañeros…”; era Chalena Vásquez, nos estaba esperando a la salida; Chalena se había quedado esperándonos fuera del penal y tenía razones para ello.

Con la alegría de caminar junto a ella, nos iba contando por qué se tuvo que retirar cuando estábamos tocando. Chalena nos dijo que la disculpáramos, pero que lo hizo porque quería evitar en lo posible que las autoridades del penal y algunos agentes que se encontraban camuflados entre las visitas, la identificaran como autora de ese tema, y no le faltaba razón. Aquellos aún eran momentos difíciles y cualquier cosa podía ser mal interpretada, usada de “pretexto” o sacada de contexto. Ella se preocupaba sobretodo porque no quería que nada redundara en alguna represalia contra las internas.

Y ahora lo explicamos: Chalena siempre fue una mujer de práctica solidaria constante, de pocos discursos y mucha acción. En esos momentos difíciles, había logrado conseguir después de mucho esfuerzo que las internas de dicho penal pudieran recibir talleres de arte para de esa forma aliviar un poco las duras condiciones de encierro que tenían. Gracias a la gestiones que realizó personalmente, consiguió que las internas lleven cursos de pintura, danza, música, teatro, poesía, taller de máscaras, etc. Todo ello lo consiguió después de batallar mucho y tocar varias puertas para apoyar esos talleres con materiales de trabajo. Era entendible, Chalena no quería que nada de eso se perdiera, y con tal propósito, evitaba incluso que cualquier persona pudiera mal interpretar hasta sus propias composiciones. Así era Chalena.

Ese día nos invitó a tomar un té a su casa, a lo que accedimos gustosos. En su hogar ubicado en Jesús María nos enseñó su lugar de trabajo, sus libros, los materiales de registro sonoro que poseía, y sobretodo, nos mostró sin proponérselo, su alma generosa y de amor a las expresiones de nuestros pueblos. Cuando hablabas con ella, lo hacías con una maestra, pero a la vez, con una amiga a la que daba la impresión de conocerla desde siempre; mujer de gran caudal y sencilla como su entrañable río Chira, así era Chalena.

Desde entonces comenzó una amistad que siempre agradeceremos a la vida. Lo compartido a partir de ese momento junto a la maestra, sería imposible resumirlo en estas líneas.

No obstante, algo no podemos dejar de compartir. Chalena, lo sabemos bien ahora, fue trascendente, vital, fue un “punto de quiebre” para muchas personas, y nosotros no fuimos ajenos a esa energía.

Por aquellos años, Los Cholos ensayábamos los días lunes y miércoles de cada semana en la casa de mi madre ubicada en San Martín de Porres. Un día, de pronto, Chalena se apareció en nuestra casa y pidió acompañarnos en nuestro ensayo. Para nosotros fue un honor contar con tremenda visita y no dudamos en tocar y compartirle todo lo que podíamos. La noche fue bella, tocamos, cantamos, charlamos y ella nos escuchó con generosa atención.

Avanzada la noche y cuando llegó el momento de despedirnos, Chalena, antes de retirarse, nos dijo: "Bueno compañeros, yo tengo programa de radio” - Chalena conducía entonces su bello programa “Canto libre, como el canto del Chilalo”, por Radio Nacional del Perú- y continuó: “...así que por favor, denme una copia de su disco para ponerlo en mi programa, que será un gusto”. Nosotros nos miramos y le dijimos: “Chalena, no tenemos disco, no hemos grabado aún”. Y es que era cierto, teníamos varios años trabajando ya pero ningún intento de grabación se había logrado concretar por más esfuerzos que habíamos hecho. Chalena al oír eso, prácticamente se molestó y nos “cuadró”, nos dijo que cómo era posible que no estuviera grabado nuestro trabajo, que “tanto ensayo y tantos arreglos no podían quedar en el aire”, que “las músicas de tradición deben ser difundidas porque en ellas están sus historias, para reconocernos y darnos a conocer cómo somos, para afirmar el derecho a la cultura propia”, y porque: “siempre hay que asumir el acceso al arte como derecho humano”, que “un disco es una forma de documentar parte de nuestra historia para que no vivamos en el desconocimiento de lo que somos”, pues “por no reconocernos es que hemos caído tantas veces en la invisibilización, en el atropello, en el abuso hacia determinadas poblaciones”. Aquellas reflexiones, que siempre las hemos sentido nuestras y que son el motivo del por qué nos encontrábamos en la música, las escuchamos renovadas en la voz de Chalena; escucharla, fue como escuchar una voz interior.

Sin preguntarnos nada más, Chalena buscó dentro de su bolso su teléfono celular (cuando todavía usaba celular) e hizo una llamada; al rato, nos preguntó: “¿tienen tiempo los miércoles a las 8 p.m.?”, y nosotros replicamos: “¿para qué?”, Chalena amablemente y con cara de mamá, de hermana mayor, de amiga, nos dijo: “joder… para qué va ser, para grabar pues…”. Desconcertados le dijimos, “bueno, sí”, y ella cerró la llamada del siguiente modo: “Ya Pepe, los Cholos van los miércoles a las 8 pm.”. Había conversado con Pepe Chiriboga, ese gran músico, sonidista y bella persona a quien también hicimos nuestro amigo al poco tiempo gracias a ella.

Así fue. Chalena nos hizo grabar nuestra primera producción. Chalena no falló a ninguna sesión de grabación, estuvo presente en todas, incluso aquellas que eran domingos y feriados y hasta horas de la madrugada. Ella disfrutaba cada sesión y nos motivaba siempre con su presencia. De cuando en cuando, se ponía a bailar y nos miraba detrás de la luna polarizada del estudio, haciéndonos una seña con su dedo pulgar de que todo iba bien. A veces, de pronto, se ponía a bailar lo que interpretábamos, “Si se puede zapatear, entonces, está bien”, decía, mientras efectivamente zapateaba al lado del sonidista. Era una mujer de una energía radiante, luminosa, interminable. Paralelamente, Chalena preparó los textos del libro que acompañarían el disco con detalle de datos históricos y musicológicos; incluso, ella misma diseño y estructuró la carátula de la portada la cual hizo con unos tejidos que tenía en su casa. De la mano con Daniel Ochoa, se encargó de la diagramación del folleto y sello del DC, en fin… cómo olvidarlo.

Por aquellos días y antes de la finalización de la grabación, llegó una invitación desde el hermano país de Chile para hacer unas presentaciones que ella misma estaba coordinando. Había entonces que apurar el masterizado; las jornadas fueron maratónicas y el final llegó un día pasada a las cinco de la mañana, momento emocionante en el que abrimos una botella de “ron Cachigaga” – de Huánuco - para brindar por el acontecimiento. Pepe Chiriboga, nuestro sonidista, es huanuqueño, y no se resistió al brindis.

Nuestro primer disco fue presentado oficialmente en el teatro municipal de la ciudad de Rancagua en Chile, luego en el Conservatorio Nacional de Música de la Universidad de Chile, en la Escuela Moderna de Música de Vitacura y finalmente en la Universidad Pedagógica de Santiago; todos los conciertos fueron didácticos y realizados junto a Chalena. Aquella primera producción cambió la vida musical de Los Cholos, para siempre. A ella le debemos el afirmar un nuevo camino.

Todo lo que vino después fue intenso. Son muchas las cosas compartidas junto a Chalena… conciertos, presentaciones conjuntas en Centros Culturales, teatros, en plazas públicas, en cárceles, en centros de recuperación para ex enfermos de lepra, en sindicatos, asentamientos humanos y todo lugar donde el deber nos convocara.

Han sido años de compartir intenso con la amiga, con la maestra, de respirar su bondad y solidaridad inimaginable, de escucharla y aprender lo que hizo, de confirmar su compromiso y fe en un mundo más justo. La hemos visto indignarse, levantar la voz, sin renunciar jamás a sus convicciones. En ese camino, jamás escatimamos en decirle cuanto aprendimos a quererla y le hemos agradecido todo lo que hizo por nosotros; se lo dijimos en vida, con abrazos, con besos de ternura, con sonrisas, con silencios y hasta con interminables carcajadas que parecían asfixiarnos de placer… porque Chalena supo regalarnos también felicidad. Sabía darnos lecciones en el momento debido, observaba lo que tal vez podía escaparse a simple vista, compartía todo lo que tenía y sabía, que era mucho, mucho… Ella era una autoridad, un enorme referente en el mundo de la música, y sin embargo, jamás permitió que le habláramos de usted, “Chalena, simplemente”, te decía, y si insistías, te replicaba, “Chalena no más compañero, no joda…”.

Ahora acuden a la memoria tantas cosas, las largas caminatas, los abrazos en el escenario, el beso y la lágrima después de una canción que hablaba de lo que somos, las manos tomadas al final de un concierto, los viajes compartidos, aquella noche que empujamos juntos el viejo auto rojo que se nos malogró, las entrevistas que abordamos, nuestra larga conversación juntos rumbo a “Isla Negra” para conocer la casa de Pablo Neruda y que recorrimos emocionados ambiente por ambiente; vienen a la mente las reuniones en tu casa, en mi casa, en casa de los amigos, las reflexiones sobre los maestros que marcaron el camino, los conocidos y los llamados anónimos… asalta el corazón también la canción que nos hiciste y dedicaste a Los Cholos y de la que te dijimos que nunca la íbamos a cantar, y tú sonrías diciendo: “Waaa… no importa, yo la canto igual” …aayyy Chalena, duele mucho tu pronta partida, duele demasiado, y aunque nos preparábamos de algún modo para esta orfandad, el dolor nos ha rebasado, acudes a nuestra memoria y no dejamos de llorarte impotentes porque aún nos resistimos a creer que esto es cierto… y es que tú eras de esas personas que sentíamos, nunca se nos iría.

Que tus ojos verdes como la esperanza infinita que te acompañó nos ilumine siempre maestra, que tu orgullo por la tierra que te vio nacer, allá en Jíbito, en tu Sullana querida, en tu Piura añorada a la que siempre le cantaste y danzaste, nos contagie a todos; que tu militancia por la vida y un mundo donde reine la solidaridad, el pan y la belleza, siga siendo nuestro más caro derrotero para continuar lo que nos queda del camino; que tus conocimientos admirables, tu pasión por la vida, tu voz tierna e indignada, nos siga acariciando el alma para recordarnos que todos tenemos derecho a la belleza.

Gracias por tanto Chalena, no me despido, te seguiré esperando en una sonrisa, en una lágrima, en una canción o en un trino, que como el chilalo, nos hable de tu canto libre.


Escrito por

Jinresocialarte

Hijo de padres, abuelos y bisabuelos Cajamarquinos, bella tierra norteña que llevo en la mente y el corazón, junto a la patria toda.


Publicado en

Jinre

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