DEL CAMPO A LA CIUDAD
Fue del campo a la ciudad
que el dolor marcó sus trazos,
con líneas rojas, balazos,
de inocentes y crueldad.
Lejana fue la ansiedad,
el terror de la impotencia
y la cruel indiferencia
que a los Andes agredió…
La ciudad nunca entendió,
sus desgarros de clemencia.
Por desprecio, por racismo,
por egoísmo o ignorancia,
era poca la importancia
de la sierra y sus abismos:
Un «pastor» del cristianismo
- con trazo cruel e inhumano -
colgando un marbete a mano
fuera de su iglesia anuncia:
«¡NO SE RECIBEN DENUNCIAS…
POR LOS DERECHOS HUMANOS!»
En lo alto la sangre roja
ondeaba más que una tela...
Cada muerte era una vela,
y esta, un hijo que despoja.
La esperanza se deshoja
de soledad y de olvido…
Son miles los que han partido,
calumniados, torturados...
en tristes fosas sembrados
bajo el cielo que han nacido.
Al fin un golpe desata
la indignación «OFICIAL»
Un barrio «tradicional»
sufrió el horror en «Tarata».
La «guerra» entonces retrata
su inhumano rostro en Lima.
Ya no era sólo en la cima,
de sierra o selva los muertos,
el luto había cubierto
la distancia que lastima.
La injusticia, trae violencia;
la violencia, incuba muerte;
la paz, juega con su suerte
cuando reina la indolencia.
La VERDAD, forja conciencia:
«Tres de cuatro asesinados,
‘quechua-hablantes’ olvidados
casi siempre campesinos
o con origen andino...»
¡Cómo quedarnos callados!
Hay que aprender nuestra historia
sin ignorar los dolores,
condenando los «horrores»,
con verdad y con memoria…
¡Nunca más falsas victorias!
con campesinas violadas,
niños de triste mirada,
con injusticias que ofenden…
El no olvidar, siempre enciende
la verdad que fue apagada.
- Jinre Guevara Díaz -