«APU»
«Apu» (del quechua «apu», 'señor', 'señora'). Se denomina así a las montañas, vistas como elevaciones distinguidas de la «pachamama», asumidos como vigías tutelares de la vida terrenal, que irradian energía poderosa sobre la vida de los habitantes y sobre la naturaleza de alguna región o localidad. En ese sentido, los «Apus» son asumidos como seres vivientes, «dioses» terrenales y provistos de «sabiduría» de todo cuanto acontece en la tierra desde épocas preincaicas en varios pueblos de los Andes. A ellos se les atribuye influencia directa sobre los ciclos vitales de la región que dominan.
Los «Apus» también están asociados a una divinidad, que en algunas regiones se denomina «Wuamani», que brindan cobijo a los habitantes de los valles que son bendecidos por las aguas provenientes de sus cumbres.
Los "Apus" son vistos también como santuarios asociados a un «Wuamani» (provincia o región), desarrollándose en ellos diversos ritos para pedir por la vida, por una buena cosecha, por una vida en armonía con la naturaleza.
El Apu «Wuamani» de una «región» se caracteriza por su distinguida altitud o por tener nieve de manera constante en su cumbre, a diferencia de los Apu «Wuamani» «locales», que son como cerros o lomas que se destacan en el entorno que habitan, como por ejemplo, el cerro - «Apu» - «San Cristóbal» de Lima. En estos últimos, con la invasión española, se colocaron signos católicos como la cruz cristiana, con la intención de superponerse o borrar la religiosidad natural del imaginario colectivo, anterior a los españoles.
Por el respeto que irradian, así como por el poder de la sabiduría que se les asigna sobre la vida terrenal, es que también se denomina «apus» a determinadas personas, distinguidas por su equilibrio y saber, a quien una comunidad guarda respeto y le confiere capacidad de decisión sobre su vida comunitaria.
En ese orden de ideas y como extensión metafórica, se ha denominado también como «apus culturales» - y sólo de manera excepcional - a distinguidos maestros artistas que durante toda su vida han sabido cautelar y representar la cultura tradicional de sus pueblos, tanto como por evidenciar innegable sabiduría en el conocimiento de sus costumbres; por ello, se ha denominado en algún momento como tales, a los maestros José María Arguedas, Jaime Guardia, Raúl García Zárate, entre otros excepcionales personajes.
De lo descrito, podemos observar que en este tema , el imaginario colectivo también ha sido escrito con clara incidencia y desde una visión varón, donde el saber, los conocimientos, han sido atribuidos casi siempre a la figura masculina, no obstante, que la trascendencia y significado del concepto «Apu» (hoy lo sabemos más que antes) conceptúa tanto lo masculino como lo femenino dentro de la religiosidad y «mitología andina». Sólo como ejemplo: «Mama killa» , diosa de la luz de atardecer y de la noche, y con mayor determinación, la madre de cuánta vida sostiene a la humanidad: la «pachamama», de la que todos somos hijos e hijas en esta tierra. Bajo ese entendimiento extensivo y como parte de nuestra historia mítica, una de nuestras primeras «Apus» con nombre conocido sería «Mama Ocllo», guía y organizadora de imperio inca, y sin duda, «Micaela Bastidas», organizadora de una revolución para combatir la invasión de occidente; también María Parado de Bellido que sirvió a la causa por la libertad. En la representatividad cultural, deberíamos destacar la altura y salvaguarda de valores tradicionales de sus pueblos, por ejemplo, de Leonor Chávez Rojas «Flor Pucarina»; María Dictenia Alvarado Trujillo, «Pastorita Huaracina»; Ítala Díaz, de «Nube Blanca» de Cajamarca; María Tintaya Rayo, de «Condemayta de Acomayo», Cusco; a Rosita Aguirre, de «Los Reales de Cajamarca»; a Paulina Olaechea, «Mamá Paulina» de Ayacucho; Lucila Sánchez Sántos, «La sureñita», entre tantas otras mujeres que han aportado con su sabiduría y vida a afirmar la memoria colectiva de sus pueblos. Es urgente, por tanto, continuar el necesario camino de seguir reescribiendo la historia con una mirada de justa equidad.
De lo expuesto en los párrafos que preceden, podemos colegir entonces que no se puede o no deberíamos «manosear» este término y denominar «Apu» a cualquier persona o personaje, precísamente, por atención al respeto que merecen las historias de los pueblos, sus aleccionadoras herencias, así como por la omnipresencia que asignaban a las elevadas montañas, tanto como a las distinguidas autoridades morales y culturales de nuestras comunidades.