32 años con el apellido «Fujimori»
He envejecido oyendo el apellido Fujimori desde hace más de tres décadas. Demasiado tiempo. Yo tenía 21 años en 1989 cuando apareció Alberto Fujimori en la televisión manejando un tractor con cara de «chinito bueno» y ofreciendo «honradez, tecnología y trabajo». Los peruanos teníamos instalado en el subconsciente un buen concepto de los descendientes de japoneses: «Son trabajadores, respetuosos, honorables, inteligentes, honestos… son muy adelantados, son de otra cultura pues…» solíamos decir. Esa percepción generalizada sin duda contribuyó a que pronto la gente le tomara simpatía (además, era ingeniero y profesor universitario) sobretodo, en un país decepcionado y golpeado por el primer gobierno de Alan García que dejó la economía destrozada.
Alberto Fujimori ganó la presidencia en 1990 asesorado por Vladimiro Montesinos (ese deshonroso personaje que fue encarcelado por «traición a la patria» y que iba a ser condenado a muerte por vender secretos militares a otro país) diciendo que no haría lo que al final hizo: rematar nuestros recursos naturales, aplicar un «shok» económico, subastar empresas estatales a precio de regalo (sólo un ejemplo: Remató SOLGAS a capitales chilenos a poco más de cinco millones de dólares; SOLGAS, una empresa con 7 plantas envasadoras a nivel nacional, líder del 80% del mercado y que nunca había arrojado pérdidas; sólo su edificio - ubicado en la esquina de la Av. Aviación con Javier Prado - se valorizaba en 3.5 millones). Fujimori aplicó un «paquetazo» económico que pulverizó los ingresos y disparó el costo de los bienes y servicios. Al poco tiempo, dio un golpe, sacó los tanques a la calle y cerró el congreso; se apoderó del Tribunal de Garantías Constitucionales (Hoy, Tribunal Constitucional), copó la Fiscalía de la Nación, la Contraloría General de la República e hizo que las Fuerzas Armadas y Policiales se sometieran a su régimen, apoderándose también del dinero de los diferentes pliegos del Estado. Nada desde entonces dejó de corromperse bajo su mirada.
Pronto creó un comando de asesinos denominado COLINA conformado por agentes en actividad del ejército peruano, es decir, convirtió en asesinos a soldados de la patria. Comenzaron los secuestros, desapariciones, asesinatos de estudiantes, periodistas, campesinos; se torturaron e incineraron cuerpos de estudiantes universitarios en el horno del Pentagonito; se descuartizaron a agentes de inteligencia arrepentidas por los horrendos crímenes que cometían; compraron con dinero varios canales de televisión y radio, a periodistas, jueces, congresistas; inventaron y crearon una docena de diarios (llamados: «prensa basura») para sembrar psicosociales. Torturó a su esposa; se le encontró centenares de kilos de cocaína en su avión presidencial y también en el buque de la Marina. Traficó la venta de 40,000 fusiles AKM desde Jordania para venderlo a las FARC los que fueron pagados con dinero del narcotráfico. En lo social, el comercio ambulatorio se desató y también el trabajo de «cambistas callejeros de dólares»; las calles se inundaron de las llamadas «combis», proliferando el transporte informal y agravando el caos del tránsito del que hasta hoy no salimos. Para esto, el GEIN (formado antes de su gobierno) atrapó al terrorista Abimael Guzmán mientras Fujimori se encontraba vacacionando y pescando en el norte del Perú. Pronto le robaron el «preso» al GEIN y, al poco tiempo, lo desintegraron.
Fujimori se reeligió dos veces de manera fraudulenta y desde el año 1996 el Perú se sumió en una grave recesión económica de la que no pudimos salir sino hasta el año 2002, es decir, mucho después de que Fujimori renunciara por FAX desde el Japón a la presidencia de la república. ¡Tamaña vergüenza! En la televisión, Laura Bozzo, Magaly Medina y otros tantos «Talks Shows», así como el imitador Carlos Álvarez y hasta Raúl Romero (De los No Sé Quién y Los No Sé Cuánto), eran usados (pagados) para atacar opositores o distraer a la población; la incultura y vulgaridad que sembró sin pudor subsiste hasta hoy y con ello basó parte de su dominio social. Sus seguidores, a pesar de sus crímenes y de observar en directo y en «Youtube» las filmaciones de sobornos realizados por Montesinos (su asesor personal) se degradaron tanto que hoy ya no saben ni pueden diferenciar un acto legal de uno ilegal; no saben rechazar lo indigno.
Al descubrirse uno de los sobornos al congresista Khouri, Fujimori ayudó a Montesinos a escapar del país y días después él huyó al Japón diciendo que se iba a un encuentro de presidentes. Como ciudadano japonés, Fujimori postuló para ser senador del Japón por un partido de extrema derecha (Estaba dispuesto a jurarle lealtad a otra bandera y a otra constitución) ¡Un asco de indignidad! Luego quiso regresar a Perú ingresando por Chile, pero el brazo de la justicia lo alcanzó. Fue detenido y extraditado desde ese país para ser juzgado luego por el asesinato de nueve estudiantes y un profesor de La Cantuta, por el horrendo crimen contra 14 pobladores de Barrios Altos y por secuestrar a un empresario y a un periodista. Lo condenaron de manera contundente a 25 años de prisión. Continuando con los otros juicios, Fujimori se declara culpable, confiesa y reconoce delitos de corrupción y se somete a una «sentencia anticipada» por robo de dinero al Estado recibiendo una condena por 8 años más. Fujimori, nunca ha pedido perdón, jamás demostró arrepentimiento por sus graves delitos.
Posterior a sus sentencias, reaparece su hija Keiko e hijo Kenji, dos jóvenes con evidente y limitado nivel intelectual, limitados culturalmente, quienes solo habían aprendido a vivir cómodamente con dinero mal habido robado por su padre y rodeados de delincuentes que hoy están condenados o prófugos de la justicia.
Keiko Fujimori, hija del reo, suele decir lo que sea para justificar los crímenes de su padre. Nunca ha trabajado y, al igual que su hermano, vive rodeada de lujos. Keiko está acusada de una serie de delitos: trafica sentencias con jueces corruptos, está denunciada por Lavado de Activos, ha «pitufeado» falsos aportes, recibe personalmente varios millones de dólares en maletines de manos de empresarios mafiosos para que legislen a su favor y, como si fuera poco, por sus caprichos irresponsables, fue la causante de una de las peores crisis de nuestra historia: Tener cinco (5) presidentes en tan solo cuatro años. Ha estado en la cárcel con «arresto preventivo» y hoy tiene impedimento de salida del país pues está denunciada por varios delitos por los que la fiscalía ha pedido 30 años de prisión.
Desde que inició todo esto, han pasado más de 32 años; hoy, tengo 53. Al igual que muchos peruanos, he envejecido rodeado de la miseria moral, de la estrechez intelectual, con el cinismo, los robos al Estado generados alrededor del apellido Fujimori. La «honradez» prometida, fue robo descarado; la «tecnología», nunca se hizo realidad: seguimos exportando materia prima y no producimos ni tractores ni lápices, todo lo importamos; y el «trabajo», hasta hoy es la más cruel falsedad: despidió decenas de miles de personas, pulverizó los derechos laborales y sindicatos y denigró todo lo demás. En todo este tiempo he visto a mi país sumido en la náusea de la corrupción, la indignidad y la precariedad de derechos en Salud y Educación. Un ejemplo: Al iniciar la pandemia del Covid-19 en marzo del 2020, apenas teníamos 230 camas UCI. Ese fue el país que nos dejaron con sus políticas de saqueo. Y ante todo esto, lamentablemente, muchos peruanos envejecieron dándole su voto a esa familia enferma de moral, de cinismo y con alma de forajidos.
Treinta (32) años de indignidad viviendo con la inmoralidad del apellido Fujimori, inoculados con la hediondez de su herencia.
Sí, ¡Treinta y dos!
Hasta cuándo… hasta cuándo, carajo.