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puente «calicanto». Huánuco, 2003.

Hablando de Huánuco y Manuel Acosta Ojeda

Publicado: 2022-11-14

El año 2003 llegué a Huánuco y uno de mis objetivos fue indagar sobre lo que un día fue el Centro Musical “Manuel Acosta Ojeda”. Solo tenía un dato: el local había funcionado en la avenida Dámaso Beraún.

Una mañana temprano, sin saber lo que me depararía, salí en busca de mi objetivo. Consultando con los lugareños logré ubicarme en la primera cuadra de dicha avenida dando inicio a mi caminata desde el extremo opuesto al centro de la ciudad.

No sabía qué inmueble buscaba, ni cómo ni qué iba encontrar; movido por mi entusiasmo, solo atiné a caminar mirando las casas de una y otra acera buscando “algo” (sin saber qué), un rastro que me indicara dónde habría estado lo que intentaba descubrir.

Lo mío era casi un absurdo, pero algo me decía que estaba haciendo lo correcto. Miré todos los inmuebles y a esa hora los negocios que existían aún estaban cerrados; avanzaba, me detenía y retrocedía, como si estuviera seguro de reconocer lo que jamás había visto. Llegando a una de las últimas cuadras cercanas a la Plaza de Armas, divisé a un señor mayor que venía hacia mí y llevando una bolsa de pan en una mano que al parecer había comprado recientemente; el caballero irradiaba simpatía, espíritu joven.

¡Disculpe, señor! - le dije- Tal vez le parezca extraña mi pregunta (mientras me miraba y respondía mi saludo) estoy buscando un lugar en donde alguna vez existió un Centro Musical de nombre “Manuel Acosta Ojeda” pero el único dato que tengo es que quedaba en la calle Dámaso Beraún, ¿tendrá alguna referencia… habrá oído algo de eso?

El caballero me miró sorprendido, extrañado y me dijo: ¿Con quién tengo el gusto?

Vengo de Lima – le respondí – Guevara, para servirlo.

“Vea, señor Guevara” - me dijo – “es muy extraño lo que me pregunta, hace tanto de eso que ya casi lo había olvidado”

Entonces, ¿sabe algo? – le insistí con emoción –

“¡Claro!” – me replicó- “Está usted parado al frente ¡Ahí funcionaba!” –señalando un inmueble-

No lo podía creer, me había detenido justo frente al lugar donde alguna vez funcionó el Centro Musical “Manuel Acosta Ojeda”.

Y de inmediato me di cuenta que ya no podía hacer más, que ahí iniciaba un abismo al final de mi búsqueda. En el lugar indicado, sólo había un gran letrero colgado en la parte alta que decía: “Consultorio Dental”.

Abusando del tiempo de aquel generoso caballero, le insistí:

¿Usted estuvo ahí? ¿Recuerda algo?

“¡Por supuesto!” –me dijo- “Pero casi lo he olvidado. En la inauguración hubo mucha gente que aquí admiraba y quería a Manuelito”

Luego agregó: “¡Busca a Zamuel Cardich o a Oché Salazar! ellos podrían ayudarte”

“Perdone amigo Guevara, me tengo que ir, debo llevar el pan… me están esperando en casa” – me dijo -

Antes de despedirme atiné a decirle: ¡Muchas gracias! Perdone, pero ¿con quién tengo el gusto por favor?

¡Soy, Yori Ordoñez! - me dijo –

Me sorprendí. Aquel caballero que encontré de casualidad en una de las cuadras de la calle Dámaso Beraún en la ciudad de Huánuco, era el conocido e ingenioso ilustrador de muchas de las portadas de los libros publicados por escritores huanuqueños. Reconocí su nombre de inmediato. Cuando yo estudiaba en San Marcos, leíamos al gran escritor Zamuel Cardich y, luego, a poetas como Andrés Claud, Carlos Malpartida o investigadores como Víctor Domínguez Condezo. En muchos de esos libros, las ilustraciones de Yori Ordoñez eran parte del sello de los admirables escritores huanuqueños.

Emocionado, le dije que yo sabía de él, que su nombre me era familiar. ¡Gracias! - me dijo – nos dimos la mano y se fue.

En horas de la tarde de aquel día fui en busca de Oché Salazar. No sabía quién era. Antes de salir de Lima, Manuel Acosta Ojeda me dio un disco autografiado para él en caso lo encontrara.

Pregunté por muchos lugares y logré atar datos. Llegué hasta una calle casi solitaria donde encontré a un grupo de señores mayores que bebían cerveza en la acera. Me acerqué a ellos y les dije: ¡Buenas tardes! disculpen, estoy buscando a un señor de nombre Oché Salazar, ¿saben dónde puedo ubicarlo?

Uno de los coloquiantes se me acercó y me dijo: “¡Yo soy! ¿de parte de quién?”

¡Mucho gusto! - le dije - ¡Vengo trayendo un encargo de Manuel Acosta!

Oché, se emocionó, tomó el disco en sus manos, lo abrió con prisa e interés y se detuvo a leer lo que Manuel Acosta Ojeda le había escrito.

De pronto, cayó de rodillas y comenzó a llorar agarrándose los ojos con una de sus manos; me conmovió… no podía contener su emoción y levantando la cabeza volteó y les dijo a sus otros amigos que seguían a un costado conversando y bebiendo; “¡No lo puedo creer…! ¿saben quién me ha enviado esto? ¡Ustedes saben quién me ha enviado esto! –expresó mientras lloraba –

¡El criollo más grande e inteligente que ha dado este país… un poeta… el criollo más lúcido y combativo que ha existido! ¡Yo les he hablado de él muchas veces! ¡Manuel Acosta Ojeda… carajo! él se ha acordado de mí… y este señor me ha traído su encargo! ¡Manuel, Manuel, Manuel…!” - terminó pronunciando su nombre con lagrímas de emoción.

No imaginé encontrarme con un hombre como Oché, adoraba a Manuel Acosta Ojeda como artista imprescindible, como militante de la belleza. Era un hombre sensible. En ese momento entendí por qué M.A.O. me había encargado esa misión. El álbum que le entregué fue «Canción de fe», que fue producido por Mario Cerrón Fertta.

Los caballeros me invitaron a compartir con ellos y acepté un brindis, pero no pude quedarme. Antes de irme, comprometí a don Oché Salazar para encontrarnos al día siguiente a las 7 de la noche en el “Bar El Trapiche”, al costado de una de las esquinas de la Plaza de Armas.

Al día siguiente, yo me encontraba sentado en la barra de aquel entrañable bar que preparaba sus tragos con el delicioso aguardiente de la Hacienda Cachigaga. El hijo de la Hacienda, quien era dueño de aquel bar, se había hecho mi amigo desde un tiempo atrás. Se llamaba Coco, un hombre joven aún, de carácter bello, noble, fue uno de esos amigos a quien quise mucho y de quien recibí siempre su cariño distinguido cada vez que visitaba Huánuco; Coco, ya no está con nosotros. Un día partió llevando su juventud como equipaje.

Oché Salazar llegó puntual, me saludó con amabilidad y notoriamente feliz. Nuestra conversación duró muchas horas, fue hermosa. Me contó parte de su increíble vida, de sus sueños, hablamos de ese gran ícono huanuqueño Esteban Pavletich, de sus convicciones, recordaba con elevada emoción a amigos y nombres de Lima, Acosta Ojeda, Carlos Hayre, César Lévano, Roberto Wangeman, Juan Gonzalo Rosé y otros más; su emoción lo desbordaba y lloraba de cuando en cuando recordando sus historias; fue impresionante su relato emocionado cuando me contó que en una oportunidad, muy joven, se tomó unos rones con el Ché Guevara… “¡Fue lo más cercano a Jesús que pude conocer! - me dijo – su firmeza y nobleza no eran para este mundo, ¡eran para el mundo con que soñábamos, carajo!” - concluyó - no sin antes decirme un salud de esos que llegan al alma. Aquella noche me dediqué a escuchar a un hombre que no había abandonado sus ideales por un mundo mejor, pero al que también sentí llevaba por dentro una extraña soledad. Nunca lo olvidé. Coco, mi amigo, nos miraba de cuando en cuando levantando un pulgar… me dejó hablar con Oché hasta que la noche dobló nuestras fuerzas.

En una de esas horas intensas que brindamos como devotos del aguardiente, le dije a Oché, ¿Y qué pasó con el Centro Musical “Manuel Acosta Ojeda”?

¡Ah!, -me dijo–

“Nosotros amábamos, admirábamos a Manuel Acosta Ojeda y por eso hicimos el Centro Musical con su nombre… además, él le había hecho una canción hermosa a Huánuco… un poema” (se refería a “Canción de cal y canto”)

Y luego agregó: “Pero Manuel era grande… más de lo que imaginábamos… prácticamente, al final, se puede decir que él mismo se encargó de deshacer el Centro Musical”

¿Por qué? – le pregunté –

“Manuel sentía que no lo merecía… que había otras personas que lo merecían más que él y que por eso, no era justo”

“¿Te das cuenta?” – me dijo –

"Manuelito es así... grande! No hay como él carajo".

Días después conocí al gran escritor Zamuel Cardich, pero eso lo contaré en otro momento...


Escrito por

Jinresocialarte

Hijo de padres, abuelos y bisabuelos Cajamarquinos, bella tierra norteña que llevo en la mente y el corazón, junto a la patria toda.


Publicado en

Jinre

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