#ElPerúQueQueremos

Un Castillo abandonado

Creció en la pobreza, se hizo “rondero”, estudió en la “normal” y se hizo profesor de escuela pública. Sintió que la única manera de lograr mejores condiciones para su gremio era entrando a la política y llegó hasta la presidencia del Perú. Castillo, nunca fue el típico dirigente sindical con formación ideológica, solo lo mueve su conocimiento de la pobreza y un espíritu reivindicativo social. Castillo nunca fue un hombre de izquierda, jamás fue socialista, marxista o comunista. Perú Libre, partido con el que llegó a la presidencia, se ha caracterizado por sus posturas machistas, homofóbicas y opuesta a la educación sexual en los colegios; dicho partido, también se ha visto involucrado en actos mafiosos como aportes ilegales, "tráficos de puestos de trabajo", etc. muy lejos del otro progresismo de izquierda que aboga por una mayor amplitud social y equidad de derechos. Castillo alcanzó la presidencia venciendo a Keiko, a las calumnias, al racismo mediático y a un "falso fraude" inventado por la hija del dictador Fujimori. De perfil “conservador”, religioso, “creyente” de Dios,  es incapaz de expresarse con lisuras o de manera grotesca por la formación que recibió de sus padres. Posee además una extremada o “torpe ingenuidad” que para el cargo de presidente le resultó negligente al dejarse imponer varios funcionarios mafiosos o incompetentes que mancharon su gestión. Hace un año y ante el acoso de los medios y del congreso, emitió un comunicado que era un "calco y copia" del que emitió el 5 de abril de 1992 el dictador Alberto Fujimori y en el que anunciaba la disolución del congreso y la reforma de otros poderes del Estado. Sin embargo,  Castillo nunca firmó un decreto oficializando tales medidas: no sacó  tanques a la calle ni mandó secuestrar a nadie como sí hizo el dictador Fujimori, pues tampoco contaba con el apoyo de  la FF.AA. Fue detenido por su propio equipo de seguridad y por órdenes  de una fiscal que hoy  está denunciada por "Tráfico de influencias" y por un  congreso de mayoría profujimorista que lo destituyó sin respetar los procedimientos establecidos: sin convocarlo, sin antejuicio, sin solicitar sus descargos y sin contar con los 104 votos requeridos según su propio reglamento. Actualmente está preso y denunciado por varios supuestos delitos.

Jinre

Publicado: 2023-12-14


Vivió y creció en la pobreza. Como todo joven campesino que alcanza los dieciocho (18) años en Cajamarca, se hizo “rondero” para proteger el ganado y los bienes de su comunidad. Logró estudiar en la “normal” y se hizo profesor de escuela pública rodeado de la precariedad que caracteriza a pueblos como el suyo: Chota. Hombre sencillo, sintió que la única manera de lograr mejores condiciones para su gremio era siendo dirigente sindical. Fue elegido como Secretario General de su sindicato de maestros. Una de las mayores huelgas que se recuerdan en los últimos tiempos en Perú, fue presidida por él.

Fue en aquella huelga que conocí a Pedro Castillo. Yo acompañaba las movilizaciones de las y los profesores que llegaban de todas las regiones a Lima y en ocasiones cantaba y declamaba para ellos. Percibí a un hombre con una fuerte carga de bondad, determinismo, pero también de ingenuidad. No era el típico dirigente político cultivado ideológicamente. Castillo, no era un hombre de izquierda, nunca fue socialista, marxista o comunista. Sostener esas calificaciones sería insensato. A Castillo lo mueve su conocimiento de la pobreza y un espíritu reivindicativo social. Años antes, había postulado en una lista del partido de Alejandro Toledo (hombre de derecha formado en EE.UU.) y durante la huelga magisterial, se reunió incluso con congresistas apristas y fujimoristas que buscaban aprovecharse de su liderazgo. Castillo dijo muchas veces en público: “Yo no soy comunista”.

Por el contario, su conducta dejaba percibir a un hombre “conservador” en muchos sentidos, religioso, “creyente” en Dios. Era incapaz de expresarse con lisuras o de manera grotesca y era dueño de lo que yo podría denominar: una extremada o “torpe ingenuidad”. Denotaba una “sobre confianza” en las personas que lo rodeaban. Honraba a su familia a quienes siempre se refería en sus intervenciones; veía a su papá y mamá como los mayores ejemplos de su vida. Castillo se casó con la enamorada de su adolescencia y formó con ella una familia que, como muchas en este país, gestaba su felicidad rodeada de una pobreza material.

Por el éxito alcanzado en la huelga magisterial, el Dr. Vladimir Cerrón invitó a Castillo para que sea el candidato presidencial de su partido: Perú Libre. Movido por su convicción personal, pensó una vez más que la única manera de cambiar las cosas en el Perú era haciendo política y alcanzando la presidencia.

Perú Libre, era un partido que se reclamaba “marxista leninista” y tenía como Secretario General a Vladimir Cerrón, un neurocirujano graduado en Cuba. Perú Libre (al igual que Cerrón) enarbolaba un discurso que podríamos calificar como políticamente “anclado” en la década del sesenta del siglo pasado. Sus integrantes (en pleno siglo XXI) no hacen honor a la militancia de un progresismo de izquierda: Son conservadores, machistas y homofóbicos en muchos sentidos, opositores a un educación sexual integral en los colegios y, como si fuera poco, se han visto inmersos en actos propios de organizaciones mafiosas: “aportes ilegales”, tráfico de “puestos de trabajo” y actuación cómplice junto a uno de los partidos más corruptos y mafiosos que ha tenido este país: el fujimorismo. Junto al fujimorismo, Perú Libre terminó votando en el congreso para oponerse a la reforma universitaria, a la SUNEDU, derogando normas que apuestan por la inclusión, equidad de derechos y respaldando de manera cómplice la elección de autoridades como el “Defensor del pueblo”, “Fiscal de la Nación”, “Tribunal Constitucional”, “Contralor General de la República” etc. con el claro propósito de apoyar a sus “jefes” políticos acusados por lavado de activos, asociación ilícita, organización criminal, etc. como Keiko Fujimori, Vladimir Cerrón y, finalmente, Alberto Fujimori.

Tras una mayoritaria oposición al fujimorismo y un falso fraude inventado por Keiko Fujimori, Pedro Castillo juró como presidente del Perú.

Con excepción de algunos ministros de limpia trayectoria y solvencia profesional, Castillo fue rápidamente asediado (O se dejó asediar) por aprovechadores, mafiosos e incompetentes que en su gran mayoría fueron impuestos por el partido Perú Libre haciendo mal uso de la función pública. El asedio de la “gran prensa” y de un congreso de mayoría pro-fujimorista, se sumaron también al desprestigio de su gobierno censurando a cuanto ministro se hiciera cargo de algún pliego. A los funcionarios que fueron sorprendidos en actos con visos de corrupción, se sumaron irresponsables y torpes injerencias de algunos familiares del presidente quienes por ley, estaban impedidos de involucrarse en actos de gobierno. Por ingenuidad o torpeza, todo ello contribuyó para enlodar la imagen de Castillo. Ese mismo congreso, de mayoría pro fujimorista, presentó hasta ocho mociones de vacancia para sacarlo del poder.

Pero hay que ser claros: Desde antes que asuma la presidencia, Castillo fue objeto de asedio, calumnias, insultos, acoso y ataques racistas por su origen campesino. A Castillo se le criticaba no sólo el uso de su sombrero, sino también, el pantalón, la camisa y su forma de hablar; su esposa no fue ajena a esos ataques infames. A Castillo se le acusaba falsamente de ser “terrorista”. El asedio era tal que le inventaron supuestos “romances” para conflictuarlo con su esposa y hasta la fiscalía se prestó al “carga montón” ingresando hasta su propio dormitorio en el mismo Palacio de Gobierno para realizar una diligencia. Al poco tiempo, apresaron a su “hija” para doblegarlo moralmente en una acción claramente desproporcionada. De igual modo, acosaron a su menor hijo sólo por ir a un concierto de música; luego, inventaron un supuesto “helipuerto” en Chota - que no era más que un montón de tierra - y hasta le hicieron un escándalo mediático porque le llevó una torta de cumpleaños a su menor hija dentro de palacio de gobierno. En paralelo, una parte de la sociedad peruana daba rienda suelta a los más detestables insultos de corte racista en su contra: asno, burro, bestia, indio, “anda cría tus chanchos” se leía y escuchaba decir una y otra vez a peruanos y peruanas de diferentes clases sociales y oficios. Ante tanto asedio, un sector importante de la sociedad comenzaba a pedir a Castillo que “disolviera el congreso”.

Una mañana, Castillo apareció en cadena nacional pronunciando un mensaje que a muchos nos resultó torpe, irreal, imposible, inviable, en el que anunciaba la disolución del congreso y la reorganización de varios poderes del Estado. El discurso era una copia fiel - estaba escrito en los mismos términos - de aquel que leyó el dictador Alberto Fujimori el 05 de abril de 1992. Pero había una diferencia: Castillo no contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas, no sacó ningún tanque a la calle, no secuestró a nadie, no retuvo a ninguna autoridad ni mandó al ejército rodear el congreso ni la casa del presidente del parlamento. Castillo tampoco firmó ninguna resolución ni decreto oficial que ordenara u oficializara tales acciones. En lo personal, tengo la convicción que quienes lo convencieron para leer un discurso que era igual al que leyó el criminal Fujimori en 1992, le tendieron una trampa, una celada que acaso la negligente ingenuidad de Castillo, no pudo ver. Ante esto, creo también que estamos en el deber de exigir a Castillo que confiese quién o quiénes le aconsejaron realizar ese torpe discurso, que fue el gran pretexto de sus enemigos para que hoy se encuentre donde está.

De inmediato, el Congreso de la república, la Fiscal de la Nación y las cúpulas de la Fuerzas Armadas y Policiales confabularon para detener arbitrariamente y destituir al presidente: En pleno centro de Lima, su propia seguridad personal le apuntó con fusiles de guerra, tanto a él como a sus hijos y esposa cuando los conducía a la embajada de México para ponerlos a buen recaudo; todo ese accionar de la policía fue televisado como si Castillo, su esposa y sus menores hijos, fueran delincuentes sanguinarios. Por otro lado, atentando contra la misma constitución y su propio reglamento, el congreso procedió ilegalmente a su destitución: No lo citaron legalmente, no le hicieron antejuicio, no hubo opción de réplica y, finalmente, no contaron con el mínimo de 104 votos requeridos por ley para destituirlo. Al final de su arbitrariedad, cantaron el Himno Nacional que nunca antes se oyó tan cínico como aquel día.

Desde entonces Castillo se encuentra preso y sin poder comunicarse con su familia. Las y los “colaboradores eficaces” que lo acusaban hasta hoy no han podido entregar pruebas de sus acusaciones; la empresaria Sara Goray (hoy presa) calumnió a Castillo diciendo que este le había pedido cuatro millones de dólares para asignarle obras; tiempo después, la misma empresaria reconocería no conocía a Castillo y que ella había sobornado a otros funcionarios.

La atmósfera en la que Castillo se ha mantenido preso ha sido posible gracias a una fiscal de la nación que hoy es acusada de tráfico de influencias y de dirigir una organización criminal; a un Tribunal Constitucional que fue elegido “a medida” por un congreso que reveló una alianza entre el fujimorismo, los profujimoristas y el mismo partido Perú Libre y que hace poco atropelló la constitución desacatando lo que dispone la CIDH al otorgar un indulto a favor del dictador Fujimori; a una señora que hoy ocupa el Palacio de Gobierno, que fue vicepresidenta de Castillo y que hoy dirige un régimen que ya lleva más de sesenta y nueve (69) civiles asesinados, la misma que es protegida por un congreso mafioso de mayoría pro-fujimorista que hoy se reparte el dinero de todos los peruanos sin que el Contralor de la República diga una sola palabra. Todos los mencionados se encargaron de vender la imagen de un sencillo profesor de campo como si se tratase de un asesino desalmado, un criminal de guerra, un dictador despiadado, un ladrón descomunal, un terrorista y, con esa retórica, alimentaron sus acciones contra su gobierno. Algo es cierto: lo que deba ser investigado, debe investigarse objetivamente y en su exacta medida, pero no bajo la lupa de la vil calumnia, la mentira y el racismo.

Siento que Pedro Castillo sigue siendo ese ser común, sencillo, pobre y tal vez bien intencionado que un día llegó a la presidencia y del cual deslindé cuando nombró a una “ministra de la mujer” que era enemiga de sus propios derechos. Aquel que en su gobierno comenzó a hacer efectivo las millonarias deudas tributarias de grandes empresas (más de 5,000 millones); el que en plena crisis por la pandemia global, pudo mantener un nivel de inflación razonable y un crecimiento económico aun con cifras positivas; el que a pesar de los sabotajes y de la mano de sus escasos y mejores ministros, pudo incrementar la inversión pública; el que logró aprobar la ley que incluía a la enfermedad del “cáncer” dentro de una cobertura universal; el que logró inaugurar algunos hospitales en varias regiones y zonas empobrecidas del Perú y cuyo gobierno presentó una reforma tributaria con el propósito de incrementar la recaudación, (entre otras medidas) que fueron bloqueadas por el actual congreso. Castillo tal vez sea el único presidente que hizo que por primera vez las familias adineradas del Perú salieran a marchar hasta el centro de Lima para luego irse a tomar “lonche” al Hotel Sheraton motivados por una mentira (el “falso fraude”), expresando su repudio por la llegada de un “indio” y un “terrorista” a la presidencia, que es como lo llamaban. Siento que Castillo sigue siendo ese hombre modesto que no calculó la maldad que suele rondar el poder, pero que al mismo tiempo exhibe una torpe ingenuidad que, en su condición de presidente del Perú, fue negligente e irresponsable al no saber rodearse de gente capaz y honesta (como la tuvo en algún momento) para hacer posible sus sueños de una patria más justa, “donde no haya más pobres en un país rico”.

Hoy, aquel hombre sencillo y lleno de sueños que nació en Chota y que llegó a la presidencia del Perú, es la “piñata”, la presa del animal salvaje, la víctima de un grupo de mafiosos del congreso, del Poder Judicial,  del Tribunal Constitucional y la fiscalía que tienen el poder para seguir despedazándolo.

Pedro, es un Castillo abandonado.


Escrito por

Jinresocialarte

Hijo de padres, abuelos y bisabuelos Cajamarquinos, bella tierra norteña que llevo en la mente y el corazón, junto a la patria toda.


Publicado en

Jinre

Otro sitio más de Lamula.pe